Fany: una historia de sufrimiento poco conocida que intenta salvar su vida en Juárez.
Fany aún se pregunta qué hacen ella y su familia en Ciudad Juárez desde hace 14 meses sin poder moverse de ahí. Salieron de El Salvador porque unos adolescentes les habían prometido la muerte y lograron escapar una noche a escondidas. Después, en la frontera norte de México, sobrevivieron a un secuestro a manos de supuestos policías.
Cuando cruzaron el Río Bravo y se entregaron a las autoridades de Estados Unidos pidiendo asilo, de inmediato los mandaron de vuelta al lado mexicano de la frontera.
“Sé que estamos en una situación bien difícil por lo que vivimos en El Salvador, lo que vivimos acá y no sé ni cómo vamos a hacer ni cómo vamos a solucionar las cosas”, dice Fany desde el albergue Pan de Vida, en la colonia Rancho Anapra, de Ciudad Juárez.
Llegó hasta ahí, a ese albergue, un día después de que se había lanzado al Río Bravo con su familia “para entregarnos en Estados Unidos”. Su estancia en el país del norte no duró ni dos días completos.
La Patrulla Fronteriza los entregó al Departamento de Seguridad Nacional, donde se enteraron de que existía algo llamado Protocolo de Protección a Migrantes (MPP por sus siglas en inglés) y que tenían que firmar su entrada a esa polémica estrategia migratoria impuesta por el gobierno de Donald Trump el 20 de diciembre de 2018.
a mujer salvadoreña, que un día antes de cruzar el río había sido liberada por sus secuestradores en Ciudad Juárez, dijo claramente al funcionario que la atendió:
“Yo no puedo regresar a México”. La respuesta del agente de migración fue contundente: “Eso se lo tienen que explicar al juez”. ¿Pero cuándo podría estar ante un juez? Nadie lo sabía.
Lo que Fany le explicó al gobierno de Estados Unidos, a través de abogados voluntarios que la contactaron cuando ya estaba en el albergue en Ciudad Juárez, es que el 21 de abril de 2019 unos jóvenes “pandilleros” mataron a su tío, que en realidad era como su padre. Expuso que también a sus hijos los amenazaron.
Les dijo que era inminente un ataque contra su familia si se quedaba en El Salvador.
Mi tío era como un papá para mí. Tío esto, tío lo otro. Siempre estuvo ahí para darme ánimos y de repente me dicen: mira, mataron a tu tío y no sabemos por qué. Al siguiente día yo fui y le pregunté a la esposa qué vio. No sabía quiénes eran, pero venían vestidos de policías. Mataron también a los dos cipotes (niños) que vivían con él.
No hizo falta ningún esfuerzo para saber quiénes eran los matones porque ellos mismos se presentaron después a su casa, exigiendo una suma de dinero con amenazas elocuentes.
Golpearon a mi esposo, le ponían la pistola a él. Mis niños miraban todo eso. A mi hijo mayor la pandilla lo seguía. Llegaba de la escuela a estudiar y decía: ‘Mamá, ya no quiero estudiar. Están llegando unos cipotes diciendo que me meta a la pandilla o los van a matar a todos’. Lo iba a traer a la escuela y decía: ‘Mire, mamá, ahí están’.
La noche del 23 de junio de 2019, Fany y su familia salieron de casa. No le dijeron a nadie, ni siquiera a sus familiares y amigos. Se fueron en la penumbra y tomaron rumbo hacia el norte con la idea de reunirse con la mamá y hermanas de ella.
Tuvieron la suerte de pasar por todo México sin sobresaltos hasta llegar a Ciudad Juárez.
“Llegamos a Juárez. Yo traía un teléfono pequeño y una cartera, de repente vimos unos policías. No corrimos ni huimos. Nos quedamos parados nomás y se acercaron dos a nosotros. Nos preguntó uno de ellos de dónde éramos. Tuvimos que decirle que de El Salvador. Nos llevaron para una oficina. A mi esposo y a mí nos metieron a un cuarto y a mis hijos en una sala.”
“Escuché que mis niños lloraban. Les dije que me dejaran verlos y me decían que se los iban a dar al DIF. ‘¿Por qué, si no los estoy maltratando ni tampoco los he abandonado?’. ‘Pero los estás trayendo a sufrir’. Me quitaron la cartera y el teléfono. Sacó la pistola y la puso en la mesa. Me asusté mucho. ‘¿Qué pasa, por qué no nos dejan ir?’. Mi esposo me dijo que ya no dijera nada. Él estaba muy nervioso. No nos soltaron, nos quedamos esa noche ahí”.
Todo estaba muy raro, pero Fany no tardó en saber la verdad. Al día siguiente “uno de ellos dijo: ‘Vayan, ahora sí se pueden ir de aquí’. Yo pensé ¿cómo así? dijeron ya estuvo, ya arreglamos las cosas, y yo preguntaba qué cosas arreglaron”.
Tomó a sus hijos y abandonaron el lugar donde estuvieron encerrados. La familia se encaminó al Río Bravo para tratar de cruzar a Estados Unidos.
Tan pronto Fany pudo comunicarse con sus parientes que viven en Estados Unidos, su mamá le contó que había recibido una llamada de esos supuestos policías y que pagó 4 mil dólares por su liberación. Entonces entendió. Habían estado secuestrados.
La familia salvadoreña es parte de los miles de personas que han sido obligadas a permanecer en México, a la espera de resolver una petición de asilo que, para ellos, representa salvar la vida.
El refugio está en medio de un páramo desértico, con dunas y que tiene una vista privilegiada de El Paso, Texas, y donde inclusive se atisban algunos poblados fronterizos de Nuevo México.
Es el territorio donde esperaban refugiarse y encontrar una mejor vida. Un incierto futuro que, hasta ahora, sigue ausente. Hay, sin embargo, esperanza, y se reduce a febrero de 2021. En esa fecha está programada la audiencia de la familia pero también es el mes en que Fany espera el nacimiento de su cuarto hijo.