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Emprendedor juarense lleva burritos a Nueva York

Por María Martínez | 11:53 am junio 11, 2025

"Me inspira como la comida en la frontera no solo alimenta, sino que también cuenta historias, conecta generaciones y une comunidades" comenta el chef Alan Delgado

Alan Delgado es un chef fronterizo que, a pesar de haberse mudado a diferentes partes de Estados Unidos, lleva a Ciudad Juárez en la mente, el corazón y en el estómago. Desde hace años Alan ha tratado de representar los emblemáticos burritos juarenses en Nueva York, donde no encontraba unos que realmente supieran a los de su hogar.

Alan se mudó de la frontera a Austin, Texas, para estudiar cocina en su adolescencia, trabajó en restaurantes mexicanos con reconocimientos Michelin, teniendo siempre consigo la esencia de la cocina que lo crió.

En la siguiente entrevista, Alan comparte para Juárez Digital cómo lo ha marcado vivir en la frontera, su proceso culinario y el inicio de su nuevo restaurante en Nueva York, Los Burritos Juárez.

Juárez Digital (JD): ¿Nos puedes comentar sobre ti?

Alan Delgado (AD): “Mi nombre es Alan Delgado. Nací en El Paso, Texas, y crecí entre El Paso y Ciudad Juárez. Mi papá es de Coahuila y mi mamá de Durango; se conocieron en Juárez, donde comenzó nuestra familia. Después de la preparatoria me mudé a Austin para estudiar cocina, y terminé quedándome ahí por 11 años. Durante ese tiempo trabajé en algunos de los mejores restaurantes de la ciudad, incluyendo Comedor, que en su momento fue considerado uno de los mejores del país y el mejor en Texas.

En mayo de 2020 me mudé a Nueva York para trabajar en un restaurante mexicano con una estrella Michelin. Logramos retener la estrella, y al año siguiente abrimos un restaurante vegano de cocina mexicana que también fue reconocido por la guía Michelin con un Bib Gourmand. Después de esa etapa, decidí independizarme. Pasé un año haciendo consultoría culinaria en Estados Unidos y Europa, hasta que finalmente decidí lanzar mi propio proyecto: Los Burritos Juárez, que comenzó literalmente en mi departamento en Williamsburg, Brooklyn.”

JD: ¿De qué manera has notado que te formó vivir en la frontera?

AD: “La frontera me formó completamente. Crecer entre dos ciudades, dos culturas y dos idiomas me dio una perspectiva muy particular del mundo. Me enseñó a adaptarme, a moverme con naturalidad entre diferentes contextos, y a valorar profundamente tanto mis raíces mexicanas como mi experiencia en Estados Unidos.

De ratos fue difícil, sobre todo de chavito, porque en la casa todo era completamente mexicano: hablábamos español, veíamos programas en español, comíamos comida mexicana, y la cultura en general era 100% mexicana. Pero en la escuela la cosa cambiaba: era otro idioma, otras costumbres, otro ritmo. Al principio costó trabajo adaptarme y entender cómo moverme entre esos dos mundos, pero con el tiempo eso se volvió una fortaleza. Me dio la seguridad de saber quién soy y la confianza para salir adelante con trabajo duro y consistencia, sabiendo que detrás de mí está la mejor cultura del mundo.”

JD: ¿Qué te inspira de la frontera?

AD: “La frontera me inspira por su energía, su mezcla cultural y su espíritu de lucha. Es un lugar donde conviven la tradición y la innovación, donde lo cotidiano está cargado de historia y sabor. Me inspira como la comida en la frontera no solo alimenta, sino que también cuenta historias, conecta generaciones y une comunidades.

La gente de la frontera es humilde y de buena fe. Es trabajadora, amorosa, y siempre lista para recibir con cariño. Pero de las cosas que más se me quedaron clavadas es que los fronterizos saben vivir y convivir. Todo es mejor en familia y con amigos, ya sea en unas carnitas asadas, unos traguitos en el San Martín o en el Yankee. Me inspira profundamente ese sentido de comunidad, de compartir la vida con los tuyos. También me marcó mucho la forma en que se ofrece el servicio y la hospitalidad: hay una calidez muy especial cuando vas a comer o a tomarte algo en un barecito. Eso me dejó una huella grande, y es algo que busco reflejar también en mi propio proyecto.”

JD: ¿Qué platillos son tus favoritos?

AD: “Sin duda, los burritos están entre mis favoritos. Son sencillos, pero tienen una profundidad de sabor increíble. Me encantan los de barbacoa terciados, winnie, los de chile relleno y por supuesto, el clásico de frijol con queso. Pero la verdad es que hay muchísimas cosas que me encantan.

Uff… las enchiladas de la señora que se ponía a vender en el Parque Borunda, no manches estaban buenísimas. Las flautas de La Pila o de La Paly, los tacos sudados del puente, las tunas bien dulces, las chilindrinas bien preparadas… O sea todo, yo creo.

Una memoria muy clara que tengo de niño es cuando vivíamos en la colonia Satélite, en una casa que ahora tiene mi tía. A unos 3 o 5 minutos manejando, había una tienda de conveniencia donde se ponían dos troquitas. Una vendía tortas de jamón y la otra unos cocteles de camarón o mixtos, que eran una tremenda chulada.

Y claro, no puede faltar el menudo para las crudas, o las tortas de papa de San Luis… Bueno, mejor le paro porque ya se me está haciendo agua la boca.”

JD: ¿Desde cuándo surge la idea de abrir Los Burritos Juárez?

AD: “Desde que me fui de casa, aparte de mi familia, lo que más extrañaba eran los burritos. Como los burros de Juárez no hay dos… bueno, sí hay otros, pero en El Paso, jajaja. Lo único que existía por acá era el burrito que todo mundo conoce, ese estilo que Chipotle se encargó de llevar por todo Estados Unidos. Y aunque no lo creas, en muchos lugares de México tampoco se conoce bien este tipo de burro.

Cuando llegué a Nueva York, estuve más de un año buscando un buen burrito y la verdad… fatal. Así fue cuando salió la idea. Fue cuando decidí intentar algo. Empecé con un pop-up en un restaurante que se llama No. 7. Nos fue bien, a la gente le gustó, pero no eran los mismos. Los frijoles no estaban bien, la tortilla no tenía ese feeling, les puse aguacate a todos, bueno, al final no era lo mismo, pero le intentamos.

Pasaron varios meses y un día, sin chamba, sentado en mi depa, dije: chingue su madre, vamos a vender burritos. Empecé a venderlos por Instagram, y la gente pasaba a recogerlos. Me ayudaba un amigo de CDMX, también chef, el Carlos. Poco a poco fueron mejorando, pero aún les faltaba: tenían demasiada carne, eran enormes, y las tortillas las hacía la noche anterior.

Le seguí dando y hasta salimos en Vice Munchies. Empezó a pegar, pero eventualmente tuve que parar. No fue hasta agosto del 2024 que dije: ahora sí, hay que abrir algo. Quería enseñarle a la gente lo que para mí son los mejores burritos del mundo y darles el honor que se merecen.

Empecé de nuevo, esta vez con una tortilla muy superior a la de los inicios. Fue ahí cuando todo cambió. Me di cuenta de que esto era una chulada y que había que verlo con otros ojos. Al principio quería que los guisos fueran igualitos a los de Juárez, pero con el tiempo entendí que también era importante darles mi toque. Hoy ya se están acercando muchísimo a lo que deben ser, y la verdad estoy muy orgulloso de poder traer esta delicia a Nueva York.

En febrero de este año encontramos un changarro aquí cerquita de donde vivo, y pudimos hacerlo nuestro. Ese proceso ha sido el más difícil de todos. Tuvimos que decidir si metíamos inversión externa, con el riesgo de que eso trajera influencias que terminaran alejando el proyecto de lo que debe ser, o si le dábamos en familia, con todo lo que eso implica: deudas, sacrificios, y mucha fe. Elegimos hacerlo en familia, para poder contar esta historia como debe ser contada, con respeto, con verdad y con sabor a casa. Y aunque no ha sido nada fácil, ya vamos viendo la meta más cerca.”

JD: ¿Cómo ha sido el proceso de abrir tu restaurante?

AD: “Ha sido una mezcla de emoción, incertidumbre y mucha pasión. Empezar desde cero, literalmente desde mi cocina en casa, fue un reto enorme, pero también una experiencia muy enriquecedora. El proceso ha sido tan culinario como personal: he aprendido muchísimo, me he rodeado de gente increíble, y cada paso me ha acercado más a la comunidad. Ha sido una manera de honrar mi historia, mi familia y todo lo que me formó.

También ha sido una oportunidad para compartir mi visión sobre cómo se ve y cómo se trata al burrito de la frontera. Mucha gente no lo acepta, o lo cambia, o le quiere quitar la identidad. Pero, para mí, el burrito me ha dado claridad. Me recuerda quién soy, de dónde vengo, y el camino que todavía queda por andar. Este proyecto no solo es sobre vender comida: es una forma de proteger y celebrar algo que nos pertenece. Y eso me impulsa todos los días.”

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